Con la nueva oleada de movimientos antisistema a nivel mundial, se ha
vuelto a poner sobre la mesa con más fuerza, la cuestión de los cuerpos
represivos y la política que se debe seguir para hacerles frente. En
México, la escalada de la violencia estatal, expresada en los asesinatos
y desapariciones forzadas de luchadores sociales y en la
criminalización a los movimientos sociales, hace que sea cada vez más
necesario prepararnos en el plano político, organizativo e ideológico,
si lo que queremos es avanzar en la defensa popular y dar el salto hacia
la ofensiva, para enfrentarnos a un estado que no escatimará en medidas
terroristas para combatir al pueblo
Es así que, de la comprensión de la cuestión de los cuerpos
represivos (un tema plagado de opiniones contrarias, aristas e
ilusiones) dependerá que sepamos responder ante las distintas agresiones
provenientes del estado y el capital y que podamos formular una
alternativa desde abajo ante la barbarie del capitalismo semi-colonial
mexicano. A continuación se presentan una serie de reflexiones
encaminadas a esclarecer y discutir el papel y las perspectivas de la
policía, como un paso necesario en la lucha contra las distintas
ideologías que continúan promoviendo la confianza en el “orden”, la
“seguridad” y la “justicia” que ofrece la burguesía.
El trabajo del policía
En el estado capitalista, la dominación de clase se basa, en última
instancia, en la violencia física que es legitimada por los aparatos
políticos-legales e ideológicos. La totalidad de la maquinaria dominante
tiene como fin explícito la protección de la propiedad privada, que es
la relación social hegemónica sobre la que se hace posible la
explotación. Esta organización de la sociedad, en extremo injusta y
desigual, genera una gran masa totalmente despojada y desprovista de los
medios para su subsistencia, por lo que los cuerpos represivos se hacen
absolutamente fundamentales para garantizar la protección de los
intereses de los explotadores frente a las clases dominadas. La policía
es entonces, el instrumento del que se sirven los capitalistas para
castigar el “delito” de atentar contra el orden establecido y la
propiedad privada.
En este sentido, la legalidad que arroja a cientos de miles de
desposeídos al infierno de la cárcel no es más que un medio de
legitimación de “estado de cosas” fundado en el crimen cotidiano de la
explotación y del despojo. Sin embargo, la división de la sociedad en
clases poseedoras y clases desposeídas engendra también, la lucha
irreconciliable entre los dos bandos. En el inexorable combate, la
policía, compuesta de mercenarios vendidos a la clase dominante, se
vuelve absolutamente necesaria para la represión de los intentos del
pueblo de transformar su realidad. Aquí la legalidad desenmascara su
verdadero carácter de justificación de la dominación y la violencia y el
terror se vuelven las únicas leyes.
Es por eso que la brutalidad y la corrupción no son “defectos” o
“excesos” de las policías de determinados estados, sino que son la regla
en la lucha de clases para un aparato que existe para garantizar la
continuidad de la explotación y el despojo. Del mismo modo, las cárceles
y las leyes no son para “mantener la paz” y el “orden”, sino para
defender los intereses de unos cuantos que se benefician de la miseria
de las mayorías. En una sociedad donde la comida se pudre en los
estantes de los supermercados, el verdadero crimen no es robar una lata
de alimento, sino no distribuir la riqueza generada socialmente.
El policía en la transición a la dictadura
En concreto, en México la policía ha sido, históricamente, uno de los
aparatos más aborrecibles de la dictadura del capital. Utilizada para
romper huelgas obreras y estudiantiles, para aplastar tomas de tierras y
movilizaciones campesinas, para desalojar comerciantes y paracaidistas
del movimiento urbano-popular, para torturar guerrilleros junto con el
ejército, entre otras muchas cosas, en los últimos años, ha sido también
la policía la encargada de instrumentar la política de criminalización a
los sectores más oprimidos y marginados de la sociedad, como lo son las
mujeres trabajadoras, los jóvenes y los indígenas. Así, en campos y
ciudades, señorean las violaciones a los derechos más elementales por
parte de las corporaciones policiales, el robo, el secuestro, el
feminicidio, la extorsión y toda una serie de atropellos que se cometen
impunemente.
En el contexto de la descomposición del estado mexicano, los
policías, por el lugar privilegiado que ocupan en el proceso de
represión social, se ven cada vez más relacionados con actividades
parasitarias y delincuenciales, hasta el punto de que se vuelven parte
orgánica de las estructuras y empresas de la narco-burguesía. Siendo el
último escalón de ambas jerarquías (del estado y de los cárteles de la
droga), los policías se ven expuestos a todo tipo de riesgos inherentes a
su posición prescindible, de “carnede cañón” utilizada tanto para
proteger como para enfrentar militarmente a los para-militares, tanto
para arriesgarla en operativos para “atrapar” a determinada figura
comotambién para proteger determinados lugares, mercancías o personas
relacionadas conlas “organizaciones criminales”.
Del mismo modo, con la estrategia de contrainsurgencia que pone al
estado mexicano sobre los rieles de la transición hacia la dictadura
policiaco-militar, las corporaciones policiales se ven sometidas a un
movimiento de centralización y subordinación a las burocracias del
ejército, con lo que se estructura a la policía para tareas militares y
de contrainsurgencia. La Policía Federal (PF), que en este sexenio ha
crecido desmesuradamente, es un buen ejemplo. Sin embargo, este proceso
no está exento de contradicciones, pues pese a que los efectivos
policiales gozan de impunidad y se enriquecen a costa del parasitismo,
también son sometidos por sus mandos (del estado y de los cárteles) a
todo tipo de opresión y de humillación.
Las insubordinaciones
Para los señores de la guerra (tanto del estado como de los cárteles
de la droga) no hay duda: los policías son sus perros de ataque, de esa
manera son tratados. Es por eso que, con la centralización y
militarización de las corporaciones policiacas, la opresión y la
humillación de los agentes no ha cesado de crecer, del mismo modo que el
descontento entre los escalones más bajos de los cuerpos represivos y
entre las agencias municipales y estatales, que se ven desplazadas y
amenazadas (incluso físicamente) por la PF y los grupos paramilitares,
muchas veces también integrados por sus compañeros policías.
Es por eso que distintas formas de protesta y de insubordinación se
han manifestado entre las filas de la policía en distintas partes del
país. Tanto entre municipales, estatales como entre federales, se han
llevado acciones como marchas, plantones, tomas de edificios,
desobediencia a sus mandos, bloqueos de carreteras, etcétera, etc.
Muchas que pasan desapercibidas y otras tantas que causan escándalos. En
Tamaulipas, Nayarit, Veracruz, Ciudad Juárez, entre otros lugares, los
policías “rebeldes” han representado un serio cuestionamiento al
interior de uno de los pilares de la guerra contra el pueblo.
Sin embargo, la mayoría de las demandas de las insubordinaciones,
aunque estén dirigidas contra el autoritarismo de sus mandos, no pueden
ser abrazadas por las clases oprimidas, pues exigen mejores salarios,
mejores equipos, mejores armas, en suma, mejores condiciones para
reprimir y proteger a los explotadores. Si bien es cierto que no podemos
esperar que, ante la inexistencia de un movimiento popular de masas,
las revueltas policiales puedan ir más allá y negar su carácter de
enemigos del pueblo, muchísimos agentes se han “rebelado”
individualmente desertando de sus corporaciones a tal grado que diversos
pueblos del norte, en especial en Chihuahua, han quedado sin control
policial. Esto es lo más “radical” que puede hacer un grupo
desorganizado de policías, pues demuestra que la inseguridad es la
misma, con o sin presencia de las instituciones del estado.
La no-violencia y la lucha contra la represión
Pese a la existencia de sobradas evidencias sobre el papel represor y
asesino de los aparatos policiales que suelen violar cotidianamente su
propia legalidad, existen importantes sectores que aún confían en las
instituciones y los mecanismos del estado para hacerle frente a la
represión, estas ilusiones, junto con las que profesan la desconfianza
en la creatividad del pueblo y creen que las y los de abajo no podemos
derrotar físicamente a las fuerzas represivas, no son más que las
expresiones más recurrentes de una ideología de la “no-violencia” que
rehuye la lucha por miedo o por distintas razones y que solo contribuye a
desarmar política e ideológicamente al proletariado. Esta ingenuidad
pasiva siembra la desorganización y lejos de servir para la protección
de las y los que luchan, ésta los suele dejar en la indefensión y a
merced de los golpes, además de frenar acciones independientes de masas
que podrían escalar la confrontación de clases. Esto no es un llamado a
la violencia, sino a la resistencia combativa, pues existen numerosas
medidas de seguridad y acciones que se pueden tomar, sin romper incluso
la legalidad y que pueden garantizar una mayor efectividad en las
movilizaciones: Desde acordar un punto de encuentro en caso de
represión, llevar vestimenta y equipo adecuado, contar con contactos en
caso de detención, hasta llevar a cabo tácticas de pega-y-corre, engañar
a los cuerpos represivos sobre las rutas y acciones y organizar la
disciplina dentro de los contingentes en caso de un inevitable choque.
Sin embargo, toda medida de seguridad y toda acción de fuerza,
requiere necesariamente de organización y esta es justamente nuestra
mejor arma para defendernos, al menos por ahora. La solidaridad, la
denuncia, la movilización y la organización deben de ser los ejes de
resistencia para la lucha en las ciudades, donde todavía no estamos
preparados para formas más avanzadas de lucha, a las que debemos de
aspirar. Aunque no nos encontremos en condiciones, debido a la falta de
fuerza por parte de los revolucionarios, es posible vencer al estado en
la lucha callejera y ejemplos sobran en todo el mundo: desde la
histórica “Zengakuren” japonesa (organización revolucionaria
obrero-estudiantil) que llegó a derrotar a la policía en heroicos
combates hasta las recientes revoluciones en el mundo árabe, que solo
han logrado avanzar con el triunfo físico por sobre las fuerzas
represivas.
Las alternativas del pueblo
Además de la urgente tarea de construir un frente unido contra la
represión, la actual situación nos plantea tareas que van más allá de la
mera resistencia, pues en distintos poblados y comunidades, el pueblo
se ve obligado en los hechos a construir sus propias alternativas para
la mera supervivencia y la defensa de sus medios de subsistencia. En
distintas regiones donde la deserción se ha llevado a todos los
policías, se ha asomado la posibilidad de que el gobierno ceda a la
creación de policías bajo control popular, lo que representaría un paso
importante en la construcción de la autodefensa, aunque por sí solo, sin
la justicia popular y sin una verdadera democratización en el ejercicio
de un autogobierno, el control de las policías no es garantía de
mejores condiciones de seguridad
Uno de los dignos ejemplos de la superación de la policía
capitalista, es sin duda, el caso de la Coordinadora Regional de
Autoridades Comunitarias – Policía Comunitaria (CRAC-PC). Fundada el 15
de octubre de 1995 a partir de la unión de distintas organizaciones
campesinas e indígenas, la CRAC-PC hoy cuenta con más de 700 hombres
armados que defienden aproximadamente setenta comunidades. Bajo la
autoridad que dimana de las asambleas populares, la Policía Comunitaria
ha logrado disminuir el problema de la seguridad en más de un 90%, ya
que la justicia de los pueblos no se rige por las leyes y las cárceles
de los explotadores, sino que, basada en las tradiciones indígenas, la
asamblea decide qué castigo se le aplicará al que se sorprenda
cometiendo algún delito. Las sanciones, en la mayoría de los casos,
consisten en resarcir el daño por medio del trabajo comunitario y en la
reeducación del “delincuente” para su reincorporación a la sociedad. Los
policías comunitarios, que son elegidos democráticamente por su
honestidad y su amor al pueblo, no reciben ningún salario y las
necesidades de ellos mismos y de sus familiares son solventadas por el
trabajo colectivo. Inspirados en Lucio Cabañas y en Genaro Vázquez, la
CRAC-PC se nos presenta como una de las soluciones más radicales para
hacerle frente al estado policiaco-militar.
En suma, solo el pueblo puede garantizar su propio orden, su propia
seguridad y su propia justicia, a través de la movilización, la denuncia
y la organización democrática y revolucionaria de las y los de abajo.
La unidad y la preparación para resistir a la represión son tareas
urgentes y ejemplos como el de la CRAC-PC, Cherán, las juntas de bueno
gobierno del EZLN entre otras expresiones de la creatividad del pueblo
constituyen una alternativa para las comunidades y poblados de todo el
país. No podemos guardar ninguna ilusión ni tener ninguna confianza en
las instituciones, en las leyes y en la policía de los explotadores. Los
policías, humillados y oprimidos, deben de entender que, sirviendo a
las clases dominantes, se vuelven enemigos irreconciliables del pueblo,
aunque provengan de la misma cuna que el obrero y el campesino y que,
por lo tanto, deben de ser ellos los que rompan decididamente con sus
mandos para sumarse a las filas de la rebelión, de no llamar a la
sedición, no debemos tener ninguna esperanza en que los perros de ataque
de la burguesía no cumplirán su deber, que es reprimir al pueblo.
La Haine