Entrevista con el filósofo español, profesor universitario y
activista ecológico, Jorge Riechmann, quien afirma que “estamos
consumiendo el planeta como si no hubiera un mañana”; que “lo que hace
falta son transformaciones estructurales profundas, casi
revolucionarias”.
Denomina Jorge Riechmann al siglo XXI como “el siglo de la gran
prueba” o como “la era de los límites”. Nos dice que “estamos
consumiendo el planeta como si no hubiera un mañana”; que “lo que hace
falta son transformaciones estructurales profundas, casi
revolucionarias” y que ya no podemos confiar en que será la generación
de nuestros nietos la que las lleve a cabo, porque estamos en “tiempo de
descuento”.
Todo esto nos lo cuenta en Autoconstrucción, uno de esos libros que
funcionan como un aldabonazo en las conciencias, que sacuden el letargo y
conducen a plantear la gran pregunta: ¿Estamos aún a tiempo de salvar
el planeta? Es un interrogante que el propio autor abre una y otra vez
en en el recorrido de un ensayo esclarecedor que nos invita a tomar
conciencia de la urgencia de la lucha ecológica, de la necesidad de
avanzar lo más suavemente que se pueda hacia sociedades de la sobriedad,
de la contención, de otro tipo de realizaciones y plenitudes no
asociadas a la adquisición constante de pertenencias, de propiedades, de
productos de consumo.
Profesor titular de Filosofía Moral en la Universidad Autónoma de
Madrid, traductor, poeta, ensayista, miembro de Ecologistas en Acción y
desde hace poco del Consejo Ciudadano de Podemos, Riechmann va
desgranando un buen puñado de verdades, de reflexiones incómodas, pero
absolutamente necesarias, en esta Autoconstrucción, subtitulada La
transformación cultural que necesitamos, que nos anima a pensarlo todo
de otra manera, a encontrar nuevas palabras, nuevos vínculos, nuevas
imágenes para situarnos frente a un presente de resquebrajamientos y de
oportunidades de cambio. “Jamás se había hablado tanto sobre las
desigualdades sociales, jamás se había hecho tan poco para reducirlas…
Nunca se había hablado tanto los daños ecológicos, y nunca se ha hecho
tan poco para delimitarlos”, leemos muy al comienzo de un libro que
traza un magnífico diagnóstico de dónde estamos y hacia dónde podemos
dirigirnos.
El autor es consciente de que el pesimismo no está de moda, de que el
continuo estímulo del pensamiento positivo se puede llegar a convertir
en una conveniente cortina de humo, de que a muchos se les llena la boca
con la palabra “buenismo” para definir cualquier propósito de
solidaridad, de compasión, de cooperación, de igualdad, de que los
ecologistas son vistos en muchas ocasiones como catastrofistas y
agoreros dispuestos en todo momento a chafar una fiesta en la que muchos
siguen pasándolo bien, a costa de mayorías cada vez más empobrecidas e
indefensas. Todo parece estar en contra, pero no cabe la resignación, la
no resistencia. “Hay esencialmente dos opciones político-morales. La de
quienes desean un mundo de amos y esclavos, por una parte; y la de
quienes luchan por un mundo de iguales. Al poder del dinero y de las
armas, el segundo grupo solamente puede oponer la fuerza de la
organización”, abre Riechmann un cauce de futuro.
No deja de haber autocrítica en el trayecto y tampoco falta el
realismo, grandes dosis de realismo que parten de la constatación de las
dificultades, de los enormes retos. Y, por supuesto, se revelan hechos y
se ofrecen datos, hechos y datos que hablan por sí solos y que, nos
guste o no, indican que el rumbo no es el adecuado. Así, el cambio
climático que nos conduce a un mundo cuatro grados centígrados más
cálido, según predicciones muy optimistas, pero ante el que tantos
siguen quitando importancia en nombre de intereses empresariales,
intereses que obstaculizan la necesaria disminución de los gases de
efecto invernadero. Así, la escasez de fuentes de energía fósiles, que
lleva a la agonía de un modelo que se alarga artificialmente, vía
prácticas como el fracking, en vez de apostar por invertir en el camino
de las renovables.
Mientras las capas de hielo ártico desaparecen, mientras el proceso
de la fotosíntesis se está viendo afectado en zonas con altos niveles de
contaminación, mientras las abejas se ven amenazadas, mientras…
seguimos pensando que habrá tiempo, que la técnica será capaz de
solucionarlo; que llegará un día en que volveremos a la normalidad de un
modo de vida que nos parece el mejor posible. ¿Cómo convencernos,
habitantes del Primer Mundo del siglo XXI, de que ya no volveremos a la
normalidad de antes de la crisis, de antes de la amenaza ecológica; cómo
convencernos de que es necesario cambiar la orientación y las
estructuras del sistema para seguir viviendo bien, e incluso mejor, pero
con otros parámetros?
He aquí las cuestiones que plantea Jorge Riechmann en
Autoconstrucción (Ediciones Catarata). Son muchas las salidas que ofrece
este libro, pero lo esencial es su llamamiento a un cambio de
conciencia, de valores, de usos y costumbres. “La economía es una
construcción humana. Las leyes económicas no son como la ley de la
gravedad. Pueden ser transformadas (…) Pero para ello la gente ha de
cambiar de conducta”, se utiliza como arranque de un capítulo este
párrafo-lema extraído del informe de un centro de estudios económicos.
Hay en el ensayo reflexiones sobre el papel cada vez más activo de los
consumidores –consumidores rebeldes–; sobre la cultura como base de la
comprensión de los cambios; sobre los movimientos sociales que deben
convertirse en la base de las nuevas sociedades… “Hemos de vivir de otra
manera”, es la frase que cierra el libro. Pero aquí, lejos de cerrar,
empezamos con la conversación.
– ¿En qué punto se encuentra el movimiento ecologista hoy a nivel global? ¿Cuáles son sus expectativas?
– Si lo analizamos con perspectiva, el movimiento ecologista moderno,
como tal, es muy reciente. Surge en los años 60 del siglo XX, aunque el
pensamiento ecológico arranca de más atrás, de antecedentes tan
ilustres como Thoreau, a quien releemos con mucho interés, o, antes,
Alexander von Humboldt, que tanto contribuye en la creación de la
ciencia ecológica, de la biología de los ecosistemas. Ahí están las
raíces, pero hay que dar un salto hasta llegar, en 1962, a un hito
importantísimo, una obra clásica de la conciencia ecológica, La
primavera silenciosa, de Rachel Carson. En ese año se empiezan a poner
en marcha dinámicas sociales, políticas, intelectuales, culturales, que
conducen a algunas sociedades, dentro de procesos muy contradictorios, a
emprender un nuevo aprendizaje de los modos de vida. Y ya en 1972 nos
encontramos con otra aportación esencial, el estudio Los límites del
crecimiento, el primer informe del Club de Roma, que pone en marcha un
debate de alcance mundial a partir del cual ya empiezan a circular los
lemas básicos, las consignas del ecologismo sobre la necesidad de
conformar una conciencia de especie en las singulares condiciones
históricas que nos ha tocado vivir. Ese proceso de aprendizaje social se
rompe a finales de los años 70 y comienzos de los 80, con la irrupción
de la fase última de la historia del capitalismo, el capitalismo
neoliberal financiarizado. A esos decenios, a esa etapa en la que aún
estamos inmersos, yo la denomino a veces la era de la denegación, porque
hay fuerzas muy poderosas que, lejos de impulsar el aprendizaje, están
trabajando en sentido contrario.
– Denegar es un verbo que utilizamos muy poco y que explica
muy bien lo que está sucediendo. A los pueblos cada vez se les niega más
lo que desean. Las democracias se están vaciando cada vez más de
sentido.
– Denegar es un término que usan los psicólogos y psicoanalistas para
referirse a ese fenómeno que no consiste sólo en ignorar algo sino en
hacer un esfuerzo por no ver lo que tenemos delante de los ojos. Yo creo
que ha habido, que hay mucho de eso, en la cultura dominante durante
los tres últimos decenios. Es indudable que hay un permanente
negacionismo si hablamos de fenómenos como el calentamiento climático,
del mismo modo que lo hubo anteriormente con respecto al cáncer
ocasionado por el tabaco. Y es indudable la eficacia de los esfuerzos
organizados por el sector empresarial para expandir toda la tinta de
calamar y toda la desinformación posible con el fin de impedir que se
tomen las decisiones correctas. Ahora mismo, más allá de circunstancias
concretas, tendríamos que referirnos a un negacionismo mucho más vasto
que se refiere a todo lo que tiene que ver con los límites al
crecimiento, y eso es mortal porque nuestra situación, nos pongamos como
nos pongamos, es la que es. Las leyes de la naturaleza, de la física,
de la química, de la dinámica de los seres vivos, son las que son, no
vamos a cambiarlas, por grandes que sean nuestras ilusiones a ese
respecto, y el conflicto esencial que se plantea, que estaba en ese
debate de los años 60 y 70, es el choque de las sociedades industriales
contra los límites biofísicos del planeta, que se ha ido agravando y
agudizando cada vez más. Si usamos la herramienta efectiva de la huella
ecológica, hacia 1980, fue cuando ésta superó la biocapacidad del
planeta para seguir creciendo después. Según los investigadores, ahora
estamos en el 150% de la capacidad del planeta. Y esa situación no
durará demasiado, porque estamos, como se dice a veces, consumiendo el
capital, no los intereses, empleando en este caso la habitual metáfora
financiera. Estamos sobreexplotando los recursos y las capacidades de
absorción de contaminación, de una forma que es insostenible. Parece que
consumimos el planeta como si no hubiera un mañana.
– “El síntoma se llama calentamiento climático, pero la
enfermedad se llama capitalismo”. Así se titula un epígrafe del ensayo
donde se hace referencia al rotundo fracaso de la cumbre de Copenhague
en 2009, una cumbre donde se aspiraba a lograr un acuerdo global de
reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, que sustituyese
al Protocolo de Kioto. Ahora estamos a la espera de una nueva reunión en
París en diciembre de este 2015. Parece que los límites son
absolutamente incompatibles con el capitalismo salvaje.
– Así es. Hacia 1980 fue cuando ganaron las elecciones generales
Margaret Thatcher en Gran Bretaña y posteriormente Ronald Reagan en
EE.UU. Ahí tenemos que fijar el desplazamiento del mundo hacia una
derecha conservadora, que ha sido hegemónica desde entonces, y que ha
resultado letal en lo que se refiere a las cuestiones económico
sociales. Hacia 1980 se puso en marcha el proceso de desregulación
financiera y comercial. Hasta entonces, las economías, el crecimiento
del capital y de los activos financieros iban acompasados al crecimiento
de lo que llamamos economía real, pero a partir de ahí se rompió el
equilibrio, todo se abrió en forma de tijera y lo financiero comenzó a
crecer de manera metastásica y a dominarlo todo. Es ahí donde nos
encontramos ahora. Esa es la situación. Si no somos capaces de romper
con esa clase de políticas y con las culturas que las acompañan, lo
tenemos realmente difícil.
Mientras leía el libro pensaba que la educación es básica
para la toma de conciencia. Aludes a la importancia que en su día tuvo
en España la Institución Libre de Enseñanza, a finales del XIX y
principios del XX, en la redefinición de la relación entre sociedad y
naturaleza, así como al naturismo anarquista por el lado obrero. Pero
hoy, ¿cómo hacer entrar la ecología en los colegios?
– Por supuesto que tendría que ser la educación una de las vías
naturales para difundir la conciencia ecológica, pero aquí, nuevamente,
nos topamos con lo mismo: la dinámica social en la que estamos, lejos de
educarnos, de construirnos, para hacernos ver la verdad del mundo en el
que vivimos, va en la dirección contraria. Podríamos decir que es
contra educativa en muchos sentidos. Por eso no es tan fácil de llevar a
cabo algo que parece tan simple. Sin ir más lejos, puedo decirte que yo
formo parte de la comisión de educación y participación de Ecologistas
en Acción en Madrid y que, justamente, una de nuestras tareas es hacer
avanzar estos planteamientos en el terreno educativo. Uno de los
trabajos más fecundos del colectivo fue, hace ya unos años, examinar lo
que se podría llamar el currículum oculto de los libros de texto. Si uno
se dedica a ver con cierto detalle cómo están escritos los manuales de
consulta de ciencias naturales, de ciencias sociales, que es donde
tendrían que entrar esta clase de enseñanzas, lo que encuentra, en
muchos casos, es prácticamente todo lo contrario: más desinformación que
información, puntos de vista adversos al verdadero aprendizaje de
cuidar, de vivir de verdad en esta tierra. En esa dinámica en la que
estamos ahora mismo, nos encontramos con comerciales de los bancos que
van a los colegios a enseñar educación financiera y se ve como normal
porque esa es la cultura dominante en la sociedad. A la contra, parece
que lo que los ecologistas decimos no quiere ser oído porque se trata de
una realidad incómoda, porque hacernos cargo de donde estamos realmente
nos obligaría a vivir de otra manera, a organizar casi todo de una
forma diferente. Una y otra vez, insisto, chocamos de manera muy
inmediata, muy frontal, con intereses poderosísimos. Pero no quiero
instalarme en la queja permanente. Pese a toda esa resistencia, pese a
tantos obstáculos, hacemos lo que podemos. Yo soy profesor en la
universidad y hablo de todo esto a mis alumnos universitarios, y,
además, acabo yendo, por lo menos tres o cuatro veces al año, a hablar
con escolares y con bachilleres; hay otros compañeros y compañeras que
lo hacen con más asiduidad. Pero se llega a donde se llega. Ecologistas
en Acción, por ejemplo, es una asociación participativa que tiene
aproximadamente unos mil afiliados en Madrid, gente que paga una cuota y
que puede hacer una pequeña tarea de vez en cuando. Si pensamos que en
una comunidad autónoma como la de Madrid hay seis millones de personas,
es una cifra muy baja. Y los activistas no somos más de 60 personas,
apenas 10 dedicados a la comisión de educación. Ecologistas en Acción se
autofinancia. Los recursos con los que contamos son las cuotas de los
afiliados. Ha habido alguna vez algún programa concertado, pero las
administraciones, especialmente en esta comunidad autónoma y con el
gobierno que hay ahora mismo, no sólo son no cooperativas, sino
absolutamente hostiles.
– ¿Se ha fracasado a nivel general, no sólo en España, en la
comunicación, en la difusión? Se habla mucho de ecología, en ciertos
ámbitos está muy de moda, se ha superficializado incluso, pero la
verdadera conciencia ecológica no ha llegado a la gente.
– Quiero hacer hincapié en un aspecto que me parece muy importante y
que nos lleva a la pregunta anterior, a la educación. El título del
libro, Autoconstrucción, que en griego podríamos decir paideia,
educación en un sentido amplio, es una llamada a que no entendamos la
educación sólo como el aprendizaje que se imparte en las escuelas, los
institutos y luego en las universidades. Los contextos educativos son
los contextos sociales generales, y yo creo que la manera de
autoconstrucción, de autoformación, de educación, de paideia más
importante para todo lo que estamos hablando, sin menospreciar la
educación ambiental en sentido estricto y formal, es la que se da en los
movimientos sociales. Es ahí donde la gente se autoorganiza para actuar
y, mientras lo hace, aprende en el recorrido. Lo que sucede es que,
mientras en los años 70 y 80 esa clase de procesos iban hacia adelante,
pese a todas las dificultades, desde entonces, parecen no avanzar porque
hay muchos intereses y mucha desinformación en el camino. Y, por otro
lado, de manera contradictoria, la gente está como saturada y harta de
que le hablen de ecología. Ese fenómeno también lo recojo en algún
momento del libro. Hay hasta un término que han acuñado los sociólogos,
la ecofatiga, para describirlo. Efectivamente, como bien indicas, hay
mucha cháchara, mucho marketing verde, mucha propaganda, mucho uso de
imágenes, estilemas, apropiación de contenidos. Ahora la Unión Europea
está hablando de economía circular. Se utilizan conceptos que vienen del
movimiento ecologista y que han sido apropiados, transformados en otra
cosa. Sustentabilidad o sostenibilidad, por ejemplo, son nociones que
vienen del mundo ecológico, pero cuando un presidente o un consejero
delegado de una gran empresa habla de desarrollo sostenible, en el 99%
de los casos está transformando en su contrario lo que inicialmente fue
el sentido del término. Todo eso lleva a una situación de muchísima
confusión, en la cual la gente tiene muchas veces la impresión de que
todo el tiempo se está hablando de ecología, de que se hacen cosas que
están muy cerca de quienes pueden manejar palancas de poder. Hay
muchísima propaganda, muchísima moda alrededor que lo desvirtúa todo. Se
publican revistas que nos venden el concepto de la buena vida, pero que
están llenas de anuncios a toda página de grandes empresas energéticas.
Eso es lo que metaboliza como ecología la cultura dominante y resulta
muy perjudicial, porque, por supuesto, no tiene nada que ver, está muy
alejado de lo que debería ser, de lo que nos tocaría hacer.
– En su momento nos ilusionaron los verdes alemanes. Parecía
que podían hacer girar los acontecimientos en otra dirección, pero ahora
tienen un perfil más bajo.
– Bueno, ese es un asunto complejo. Yo escribí mi tesis doctoral
sobre los verdes alemanes hace muchos años. ¿Qué ha pasado ahí? De nuevo
no podemos entenderlo sin ver lo que ha sido el potentísimo despliegue
de la política neoliberal en la que estamos inmersos y sin analizar a
fondo como nuestras sociedades han ido yendo hacia la derecha, hacia la
derecha, hacia la derecha, sin ser, muchas veces, del todo conscientes.
Hay un fenómeno que los psicólogos sociales tienen muy bien estudiado y
que denominan los puntos de referencia cambiantes. Cuando una sociedad
entera se desplaza en cierta dirección poco a poco, de manera que todo
-las instituciones, los valores, las gentes-, va moviéndose al mismo
tiempo, en el mismo sentido, la sensación puede ser que nada se mueve,
que está uno básicamente en el mismo punto, pero los cambios pueden ser
brutales. Esto se ha estudiado, por ejemplo, en relación a la Alemania
de los años 30. A medida que todo iba llevando al estado nazi que
conocemos, desde dentro, a mucha gente le parecía que no pasaba nada
importante, porque todo se iba desplazando al mismo tiempo en la misma
dirección. Yo creo que aquí también ha pasado algo parecido. Los verdes
alemanes, que son el partido ecologista más interesante que ha surgido
hasta el momento, el experimento sociopolítico más importante, tuvo en
sus inicios un componente dominante de izquierda, aunque siempre muy
mezclado con el centro e incluso la derecha, pero, coincidiendo con el
paso al neoliberalismo, y pese a haber crecimiento y éxitos electorales,
ese ala de izquierda del partido va siendo marginada y en parte lo
acaba abandonando. A medida que la sociedad fue avanzando hacia la
derecha, también los arrastró a ellos en la corriente. Una y otra vez
nos tropezamos con lo mismo. No podemos de verdad ecologizar esta
sociedad sin chocar frontalmente con el capitalismo. Si queremos ir
hacia una economía ecológica hacen falta rupturas con el capitalismo y
eso son palabras mayores. Y, por otra parte, ahora mismo hay que
plantearse seriamente la siguiente pregunta: ¿Qué es la izquierda hoy?
Seguimos hablando por inercia de partidos socialdemócratas, por ejemplo,
cuando a un socialdemócrata de los años 20, 30 o 40, si viera qué tipo
de políticas o de discursos adopta la gente que así se sigue llamando,
se le erizaría todo el vello de la piel. La socialdemocracia de Tony
Blair o de Rodríguez Zapatero no tiene nada que ver con lo que fue
históricamente la socialdemocracia. Pero, volviendo a lo de antes, el
ecologismo tomado en serio es anticapitalista y eso es bien fuerte,
porque dónde hay políticas anticapitalistas ahora en nuestras
sociedades. Son absolutamente minoritarias. En ese escenario es donde
hay que situar la deriva de los ecosocialistas alemanes, de todas esas
corrientes o personas que abandonaron, al final cansadas, el partido en
la década de los 80. Desde mediados de los 90, la descripción
politológica correcta de los verdes alemanes sería la de ecoliberales
con un mayor grado de sensibilidad social. Eso mismo sirve para otros
partidos verdes europeos.
– ¿Y en España? Equo parece conformarse con un discreto segundo plano.
– La historia española es una historia muy distinta por la
singularidad de la dictadura. La articulación de ese espacio político ha
sido bastante compleja y, al final, en parte por errores propios, en
parte por la ocupación de ese territorio por otras formaciones como
Izquierda Unida, la cosa ha ido como ha ido. Equo ha aparecido ya muy
tarde y hay cosas muy valiosas, pero ojalá tuviera más fuerza. Con mucha
frecuencia nos planteamos qué es lo que hemos hecho mal, qué errores
hemos cometido, y, sin duda los hay; hay errores propios en los últimos
30 años que pueden explicar circunstancias desfavorables, pero no nos
equivoquemos. Lo principal no es tanto lo que hayamos podido hacer mal,
sino el poder brutal y en aumento que nos hemos encontrado delante. Y
vuelvo al dato de antes: en la comunidad autónoma de Madrid somos 50, 60
activistas a lo sumo, en una asociación como Ecologistas en Acción, en
un entorno de seis millones de personas. Esa es la lamentable situación,
la acusada desproporción de fuerzas.
– Sin embargo, el caso español es muy curioso. Desde el 15-M,
la rapidez a la que se ha producido todo es espectacular. En el libro
hablas de la ilusión que ha generado la irrupción de un partido como
Podemos. ¿Hacia dónde puede ir esa ilusión y hasta qué punto en Podemos
tiene peso la preocupación ecológica, la conciencia de los cambios que
será necesario acometer y explicar a la gente? No parece que se marque
demasiado el acento por ahí.
– En España han cambiado muchas cosas para bien, sobre todo el
despertar de parte de la sociedad a partir del 15-M. Pero tampoco
debemos sobreestimar eso. Uno de los lemas, consignas, incluso
micropoemas que se escribían en Sol y en muchas plazas de otras ciudades
españolas, el mes de mayo de 2011, era: “dormíamos y hemos despertado”.
Esa frase, con todas sus variantes, expresa algo muy valioso. La
sociedad española ha ido abriendo algo los ojos en medio de la narcosis
generalizada en la que estamos. Y, aunque lo parezca, eso tampoco surgió
de la nada. No es que antes no hubiera movimientos sociales y de
repente aparecieran por arte de magia. Muchos de esos movimientos
arrancaron de atrás, de la dinámica de los foros sociales mundiales, del
espíritu del alzamiento neozapatista en México en 1994 y, sobre todo,
después, del quebranto que provocó la crisis económica y financiera, lo
que hizo que se dieran condiciones para que sectores cada vez más
amplios de la población empezaran a ver con mayor claridad el mundo en
el que estamos. Pero, con todo, hay que intentar ver las cosas con
cierta perspectiva. Yo estoy metido de cabeza en todo esto. Me presenté
con otros compañeros al Consejo ciudadano autonómico de Podemos y, junto
con otra mucha gente, ahora estoy trabajando en la redacción del
programa autonómico para Madrid, donde me ocupo de las cuestiones
ecológico sociales. Por eso no lo veo como algo ajeno, puedo hablar del
proceso en primera persona y puedo decir que hay sectores que tienden a
sobrevalorar algunas de las cosas que han ido sucediendo, que hay mucha
gente joven que tiene una confianza plena en la capacidad movilizadora
de las redes sociales, algo en lo que yo soy mucho más escéptico.
Recuerdo, por ejemplo, una conversación con uno de los activistas de
Acampada Sol, alguien metido muy de lleno en lo que había sido la
acampada en Sol y el 15-M. Su conclusión era que se había conseguido
politizar a cinco millones de personas. Y yo reflexiono: Si de verdad
hubiéramos politizado en serio a cinco millones de personas, ya
estaríamos en otro contexto electoral y político. Hay cambios muy
importantes y hay posibilidades de ruptura, pero ya veremos hasta dónde
se llega. Yo de lo que estoy convencido es de que lo que nos haría falta
es una sociedad que dejara de actuar básicamente como espectadora,
espectadora a través de pantallas pequeñas, de pantallas grandes,
dándole a “me gusta” aquí y allá. Una cosa es que una encuesta
demoscópica te diga que el 80% de la sociedad española muestra su
simpatía por esta gente joven, que ha acampado en las plazas, y otra
cosa son los resultados a partir de las convocatorias electorales, las
posibilidades reales de impulsar cambios en la sociedad. Ahí tenemos las
elecciones andaluzas y ahora toca ver que tal se dan las autonómicas y
municipales… Insisto: debemos pedir democracia real ya, pero nos tenemos
que dar cuenta de que eso no es posible sin que muchísima gente eche
muchísimas horas de trabajo desgastante, disciplinado y cotidiano en
distintos contextos. Una democracia de espectadores es una contradicción
en los términos. Democracia real quiere decir mucha gente echando mucho
tiempo en organización, formación, lucha política, actividad
disciplinada. Es en ese espacio donde se dan perspectivas interesantes.
Lo que está sucediendo en Grecia, lo que nos está permitiendo ver de la
posibilidad de actuar de otra manera no hegemónica y, a la vez, del
comportamiento de la UE, es muy interesante. Y lo que tal vez pase aquí
tiene, desde luego, un valor grande, pero, al mismo tiempo, debemos
dimensionar muy bien todo esto para no llamarnos a engaño y darnos el
batacazo. Es un poco lo que pasó en Andalucía. Si lo pensamos bien
quince diputados alcanzados en tan poco tiempo de trayecto, no está nada
mal, pero se ha recibido como una especie de derrota. No hay que
hacerse demasiadas ilusiones sobre el nivel de politización real.
Cuántas veces oímos, por parte de sociólogos y politólogos, que hay una
mayoría social de izquierda. Eso da lugar a muchas ilusiones, pero
calma; pensemos en la gente que de verdad es consciente del tipo de
confrontación que hace falta para cambiar de verdad las cosas.
– Los cambios de valores, de conciencia, suelen ser procesos
lentos. Como dice Julio Anguita, el político debe tener la paciencia del
campesino. En Grecia, el trayecto de Syriza fue largo…
– Sí, pero también es verdad que la velocidad de la historia no es
siempre lineal, que también se dan aceleraciones, cambios mucho más
rápidos. Eso es posible y ahí el drama, que sólo una parte muy pequeña
de la sociedad ve por este negacionismo generalizado sobre las
cuestiones ecológicas del que hablábamos antes, es que la historia ya no
va a ser lo que era. El drama es que ya no tenemos mucho tiempo para
evitar peligros enormes. Estamos en tiempo de descuento y eso es lo que
mucha gente, sensible ahora a cuestiones de desigualdad social,
democratización en sentido amplio, lucha contra la corrupción, no acaba
de asimilar. Ante la cuestión del abismo ecológico social son
conscientes sectores aún muy minoritarios. Hemos dicho: “Dormíamos, pero
hemos despertado”. Ahora nos hace falta despertar todavía bastante más.
– Hablábamos de Grecia, un pequeño bastión en medio de la
homogeneización. Por una parte, es esperanzador que haya gobiernos que
planten cara, que nos hagan ver lo que se esconde detrás de la mal
dirigida austeridad, pero también produce bastante frustración ver que
las democracias no funcionan, que el poder, el sistema, no permite
impulsar políticas de rescate social urgentes. La deuda, una deuda
ilegítima en gran parte, es la gran prioridad de la Unión Europea.
– Así es. Y ya vemos qué políticas son las que nuestros vecinos
griegos están intentando impulsar. Son medidas propias de lo que fue la
socialdemocracia hasta hace muy poco. Esto es lo que nos debería hacer
ver el mundo en el que estamos, la brutal dirección hacia la derecha que
hemos tomado. Las políticas que está proponiendo Syriza no suponen
ninguna ruptura revolucionaria. Se trata de introducir un poco de
justicia social, que fue lo que defendió hasta hace poco la
socialdemocracia. Y, sin embargo, todos esos partidos que siguen
llamándose socialdemócratas, permanecen impasibles, apoyan todo lo
contrario a lo que fueron sus principios. Es una gran paradoja.
– La crisis ha abierto ventanas de transparencia, ha hecho
que volvamos la vista hacia los derechos humanos. El derecho al trabajo,
al techo, a la salud y la educación, están en la primera línea de las
reivindicaciones, pero en lo que respecta a las amenazas del planeta
pensamos que habrá tiempo, que no es la prioridad.
– Bueno, eso es comprensible en un país como éste por la quiebra que
se ha producido, por el nivel de desempleo tan elevado que tenemos.
Hemos ido aguantando por los distintos colchones sociales que han
amortiguado la caída, pero el hambre y la desnutrición han vuelto a
aparecer. El error es no ver como todas esas cuestiones están conectadas
con las preocupaciones ecológicas. Pensar, como han formulado también
en ocasiones amigos y compañeros, que lo que toca ahora es dar de comer a
la gente y aplazar lo otro, que ya vendrá el tiempo de resolverlo, es
un error. Somos ecodependientes e interdependientes. No se puede
organizar una economía viable sin tener en cuenta las amenazas
ecológicas en las que ya estamos y que todavía van a agudizarse mucho
más. Y eso no es algo optativo. Lo vamos a aprender por las buenas o por
las malas. Estamos ya en tiempos de descenso energético. Las sociedades
industriales se han desarrollado de forma explosiva gracias a un chute
de combustibles fósiles y lo que tenemos ahora es un capitalismo
fosilista, adjetivo que no deberíamos olvidar. Sin ese chute de energía,
de esa bioenergía acumulada durante cientos de millones de años en
forma de carbón, petróleo, gas natural, que nosotros nos hemos puesto a
sobre consumir de manera bastante inconsciente e irresponsable en estos
dos siglos últimos, el mundo no sería como es y nuestras sociedades no
se hubieran deformado tanto en ciertas dimensiones como lo han hecho
hasta ahora. Sea como fuere, esta es la historia de nuestros dos últimos
siglos y eso se acaba. No va a seguir existiendo la posibilidad de
sobreconsumo energético que ahora tenemos y que nos sigue pareciendo
normal. Sabemos por distintos estudios e investigaciones que para
funcionar con economías viables y con cierta justicia global, es decir,
en un mundo relativamente igualitario, sin esa quiebra brutal entre
Norte y Sur, mirando a los más desfavorecidos del planeta, los países
enriquecidos, incluyendo al nuestro, que, pese a la situación actual,
globalmente sigue formando parte de ese norte enriquecido, tenemos que
reducir el uso de energía y materiales en nueve décimas partes. ¿De qué
manera se hace eso? Pues hay cosas que se pueden hacer sin perturbar
tanto el orden existente, pero todos los cambios importantes suponen un
choque frontal contra el funcionamiento de las estructuras actuales. Uno
puede organizar una economía que satisfaga adecuadamente las
necesidades humanas de esa enorme población que somos ahora, de más de
7.200 millones de personas, con las reducciones de energía y materiales
necesarias, con los consiguientes impactos asociados, pero eso no puede
ser una economía capitalista, de crecimiento constante y de generación
continua de supuestas nuevas necesidades. Tiene que ser otra cosa.
– ¿Algún ejemplo? ¿Algo por lo que se pueda empezar a actuar ya?
– Como te decía, se pueden dar algunos pasos. Recientemente, por
ejemplo, dimos una charla formativa en el círculo de Podemos en Retiro
sobre basuras y residuos. En ese terreno, en el de la gestión de los
residuos sólidos en los recintos urbanos, se le puede dar la vuelta
yendo hacia un modelo deseable, con muchas ventajas sobre el actual, sin
topar más que con los intereses, en este caso, de las grandes
constructoras que tienen su división de gestión de basuras y se hacen
con las contratas de los ayuntamientos. Chocaríamos contra ese poder
económico, pero casi nada más, para alcanzar la alternativa del modelo
de residuo cero, que está articulado y ya está funcionando en muchos
pueblos y ciudades de Europa, incluyendo urbes grandes como Milán. De
esta manera, siguiendo el ejemplo de pueblos que ya lo hacen también en
España, en Cataluña, en el País Vasco y en Baleares, en Madrid
pasaríamos a tener una gestión adecuada, recuperando y reciclando
adecuadamente. Esto se puede hacer y ojalá que tengamos la oportunidad,
pero los residuos sólidos urbanos son un pequeño porcentaje del problema
general de residuos en nuestra sociedad. Se trata apenas del tres o
cuatro por ciento, el resto son residuos industriales, de construcción.
Entra en juego la economía entera. Para actuar en todos esos ámbitos,
para introducir modificaciones, se necesitan otras estructuras
económicas, otra forma de funcionamiento. Hoy podemos dar algunos pasos,
fuera del sistema dominante en el que estamos, pero sabemos que sin
momentos de ruptura muy importantes, no podrán cambiar las cosas que de
verdad tienen que hacerlo.
– Una y otra vez te refieres en el libro al credo del
Mercado. Un credo que será necesario derrumbar. ¿No crees que su
resquebrajamiento ya ha empezado?
– Sin duda. De todas las cosas buenas que nos han pasado en estos
últimos años es fundamental la apertura de los discursos públicos, a
todos los niveles. En los últimos cuatro años, de repente nos hemos
visto en el metro o en el autobús hablando entre nosotros del
funcionamiento del mercado financiero, de la deuda pública, de los
servicios sociales. Eso es nuevo y es positivo, claro que sí. Pero a su
lado está, por ejemplo, el anulamiento de algunos sectores clave, entre
ellos los medios de comunicación masivos, que obstaculiza que lleguemos a
la verdad de los hechos. Los medios dependen más estrechamente de los
grandes grupos económicos y eso también lo hemos visto en el mundo de la
universidad y de la investigación científica. Se trata de sectores
clave para una sociedad moderna y, sin embargo, cada vez son más
dependientes del capital, para nuestra desgracia. La cosa se ha
degradado tanto, y tan rápidamente, en tan solo treinta años, que su
alcance se nos escapa. Lo que podemos hacer es intentar dar algunos
pasos e ir creando condiciones para que haya movimientos mucho más
organizados, masivos, conscientes, de gente que quiera transformar las
cosas. Ese es el sentido fundamental que yo veo ahora mismo al esfuerzo
que se está haciendo para intentar dar un giro importante hacia otra
dirección en todas las áreas de la vida, también, por supuesto, en las
instituciones que nos representan.
Construir alternativas, proyectos de cooperación, de participación
Volver a recuperar conceptos como solidaridad, tan desprestigiados en
las sociedades del lucro, esa es la idea con la que nos quedamos tras
recorrer las páginas, las conclusiones, el compendio de lecturas al que
nos acerca Jorge Riechmann en Autoconstrucción. Nos presenta, por
ejemplo, la idea de Joaquim Sempere de construir espacios, sociedades
más resistentes a los peligros que nos amenazan, y que el sociólogo
denomina municipios en transición. Una experiencia a la que habrá que
llegar tras entablar un combate cultural que someta a crítica el
presente. Nos acerca a las teorías del decrecimiento que preconizan
estilos de vida más frugales, que nos pueden seducir con la posibilidad
de vidas más sencillas y locales. ¿Cómo convencernos de que el
decrecimiento no implica menos bienestar, ni, por supuesto, menos
felicidad? ¿Cómo recuperar el buen sentido de la palabra austeridad que
tanto han desfigurado los neoliberales? ¿Queremos de verdad cambiar,
autoconstruirnos? Son algunas de las preguntas que plantea el recorrido
que nos propone Riechmann, un recorrido que nos induce a reflexionar, a
luchar con nuestras propias contradicciones, resistencias e
inconsistencias. He ahí su gran valor.
¿Podemos controlar la megamáquina capitalista, se pregunta el autor?
“Si no podemos hacerlo, ¿se sigue de ello un retirarse a esperar la
catástrofe, hacia la que avanzamos a toda velocidad? Por una parte, está
la vieja posibilidad de poner palos en las ruedas, actualizada como
echar arena entre los engranajes primero, y más recientemente como
desconfigurar conexiones entre los circuitos (…) Por otra parte,
subsiste la orientación general de fracasar mejor. El derrumbe de la
Megamáquina será, lo sabemos, una espantosa tragedia: cabe trabajar por
reducir en lo posible la inconcebible masa de sufrimiento, tanto el
humano como el de las demás criaturas”, argumenta Riechmann, quien habla
de comenzar ya a construir más botes salvavidas y a organizar las
formas de cooperación solidaria que pueden reducir los costes del
naufragio”. Catastrofismo, dirán algunos. Simplemente realismo, pensamos
otros. Un realismo que nos lleva a visualizar en episodios de ciencia
ficción cada vez más cercanos.
“Nos pierde / la codicia de los menos / la cobardía de los más / la
irracionalidad de todos / falta lenguaje / falta decir / del horror que
viene / Pero tú ya lo sabes: donde termina el reino de la mercancía /
comienza la vida…”
Lo dice Riechmann de otro modo, a través de estos versos de su libro
Poemas lisiados. El lenguaje de la poesía, La poesía, sí, capaz de tocar
lo invisible, lo oculto, lo callado. La poesía como ventana de lucidez.
www.lecturassumergidas.com/, Madrid, España.
¡QUE VIVA LA LUCHA POR ASAMBLEA NACIONAL CONSTITUYENTE!
¡QUE VIVA LA SOLUCIÓN
POLÍTICA AL CONFLICTO SOCIAL!
¡EXIJAMOS UN CESE BILATERAL AL FUEGO!
¡EXIJAMOS PAZ CON JUSTICIA SOCIAL!
¡ARRIBA LA III MARCHA NACIONAL SECUNDARISTA!
¡ARRIBA LA LUCHA UNIVERSITARIA Y POPULAR!
¡LIBERTAD A LOS PRES@S POLÍTIC@S!
¡LIBERTAD A HUBER BALLESTEROS Y DAVID RABELO!
¡VENCEREMOS!
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